Grover Furr |
El pasado 25 de octubre, Grover Furr, un profesor inglés de la Montclair State University (New Jersey), manifestó ante un auditorio académico que los crímenes de Stalin eran una "mentira".
Grover gritó a uno de los participantes en la charla: "¡Lo que usted dice es basura! ¡Es un error! ¡Una mentira! De todas las falsificaciones del sistema educativo de este país, de este mundo, la historia soviética es la más falsificada. He pasado muchos años investigando esta cuestión y otras similares y todavía tengo que encontrar un crimen, un solo crimen, cometido por Stalin. Sé que todos dicen que mató 20, 30, 40 millones de personas. Todo es basura".
Esta "negación de genocidio", propiamente dicha, no tuvo mayores consecuencias para Furr. Lo que se puede inferir aquí es que afirmaciones similares –esto es, la negación de hechos supuestamente ocurridos- tienen consecuencias penales, políticas y sociales dependiendo de quién las haga y sobre qué. Lo que Furr dice es, quiérase o no, la expresión tangible de la ideología dominante y de lo políticamente correcto. Es, dicho de otro modo, la plasmación clara y diáfana del triunfo del marxismo en la cultura. A nadie se le ocurriría condenar al ostracismo social a este investigador o retirarle los fondos para sus trabajos, echarle de la universidad o hacer de él un paria, por ejemplo. Furr está protegido por varias décadas de propaganda y, aunque pudiera demostrarse su estalinismo proactivo y su justificación de crímenes varios, esto no tendría muchas consecuencias si luego quisiera desdecirse u opinar sobre cualquiera que sea el tema.
¿Por qué? Vivimos en plena hegemonía del marxismo cultural. Las tesis, más o menos reelaboradas a partir de la versión estándar, han sido ampliamente aceptadas como criterio ético canónico, como patrón de conducta moral al que toda sociedad debe aspirar. La interpretación economicista de la historia y de las sociedades, la consideración materialista de la religión, la concepción burguesa y así mismo materialista de la vida humana, el dominio técnico de la naturaleza o el igualitarismo de corte ambientalista y de aspiraciones utópicas, juegan siempre un papel de árbitro en todo debate filosófico, político y cultural que se precie. En las universidades las tesis de Marx y de sus derivados de diverso pelaje son incrustadas en los manuales, a menudo sin el mínimo atisbo de crítica, una crítica que, sin embargo, se vierte como vitriolo para reforzar los esquemas del imaginario afín.
La penetración de estas ideas es tan profunda que incluso sus teóricos oponentes asumen sin discusión postulados y supuestos que, de entrada, anclan el debate posterior a ciertos puntos y cierran vías de exploración intelectual. El marxismo hoy se parece a un tóxico inyectado en el torrente sanguíneo que, pese a sus consecuencias letales a medio plazo, sigue sin drenarse de un organismo al que poco a poco resta la vida. Pese a su fracaso a la hora de resolver los problemas del hombre actual y pese también a su capacidad para generar otros problemas nuevos, resulta que los excesos del liberalismo sirven como espantajo para presentar las soluciones marxistas como única alternativa.
El resultado es que el fracaso liberal se intenta paliar con dosis crecientes de un marxismo más o menos soterrado. Así, la defensa de los excesos del capitalismo, recae sobre sindicatos "de clase". El fracaso generalizado de la incorporación capitalista de la mujer al mercado laboral, corresponde al feminismo parapolicial. Los "derechos" de las personas recaen así mismo en la exclusiva, cerrada y dogmática interpretación marxista de lo que deben ser las aspiraciones humanas: capacidad inapelable de decisión incluso sobre los mismos mecanismos establecidos por la naturaleza; aborto libre y gratuito, elección de sexo discrecional, minimización de la importancia de vínculos étnicos, históricos, culturales, etc. A este respecto, la "teoría de género" se extiende más y más como el más firme intento teórico de manipular la naturaleza humana y ponerla a los pies del puro arbitrio del individuo "emancipado".
Sin embargo, todos los ensayos de sociedad marxista que hoy se conocen han constituido en lo económico un estrepitoso fracaso. Mientras prometían "derechos" y utopías por doquier, fracasaban en proporcionar, ya no solo el pan cotidiano, sino los rudimentos más básicos de una vida digna. Habiendo colapsado en lo que respecta a la organización social, el marxismo y sus secuelas han pervivido como aspiración utópica, como anhelo de algo que, se dice, si llega algún día resolverá todos los problemas existentes. No obstante, esa supuesta bondad está por demostrar y, más bien, para horror de todos los instalados en los beneficios de la ideología dominante, es muy fácil descubrir las conexiones entre las propuestas de esa ideología dominante y el caos social que genera el sufrimiento de millones.
Y es que hoy por hoy, el marxismo cultural y sus derivados, desprovistos de todo predicamento de eficacia positiva, no son otra cosa que el nihilismo social que el capitalismo necesita para desarticular los vínculos comunitarios de las sociedades establecidas. Marxismo cultural y capitalismo , además de compartir orígenes comunes, son hoy herramientas complementarias a la hora de someternos a todos. Los logros se defienden procurando que nadie pueda plantear tesis alternativas. A este respecto, el fantasma de supuestas amenazas, con frecuencia caricaturizadas, funciona a las mil maravillas, como en la extinta URSS funcionaban a efectos propagandísticos las supuestas atrocidades del capitalismo occidental. La mentira se defendía, entre otros medios, restringiendo la libertad de movimientos que podía llevar a establecer contrastes y paralelismos.
Hoy, en cambio, y por ejemplo en España, para mantener intacto el poder de la ideología dominante, cosas como "la Iglesia", la "dictadura", la "vuelta al pasado" o palabrería similar, mantiene en el redil a una población narcotizada por la propaganda. Esta constante amenaza exige, naturalmente, una nueva vuelta de tuerca y una nueva imposición que, paradójicamente, siempre se lleva a cabo a sangre y fuego apelando a la supuesta intolerancia de los otros.
Así, tras dos legislaturas de rodillo del ideario marxistoide más rupestre –también el más estúpido y fracasado-, suenan las alarmas por la supuesta "ofensiva ideológica" que quiere recortar "derechos" a las mujeres, a los trabajadores, etc, hasta conducirnos a una especie de franquismo redivivo. Esto se lo dicen a un gobierno que no ha derogado ni una sola de las leyes de la era Zapatero, en parte porque tiene asumidos los supuestos mismos de la ideología dominante, en parte por temor a que le insulten de un modo que harán de todas maneras.
Es por todo ello urgente resistir a la dictadura agobiante del marxismo y demás ralea negando la mayor. No cobijándose en la lóbrega y así mismo fracasada covacha del liberalismo decimonónico, sino planteando sin miedo todas aquellas ideas que el hombre necesita para vivir la vida como debe ser vivida: es decir, con la vista fija en lo trascendente y organizando el mundo desde ahí.
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