jueves, 4 de abril de 2013

Un “Imperio latino” contra la hiperpotencia alemana

Detalle del sarcófago de Portonaccio en el que se representa una escena de una batalla entre germanos y romanos, 180-190 d.C.
El filósofo italiano Giorgio Agamben recupera la idea de una unión entre países del sur de Europa, ya esbozada por su colega Alexandre Kojève en 1945. Así estos Estados podrían ejercer de contrapeso a la preponderancia de Alemania en el seno de la UE.

En 1945, Alexandre Kojève, un filósofo que además ocupó cargos de alto funcionario dentro del Estado francés, publicó un ensayo titulado El Imperio latino [subtitulado Esbozo de una doctrina de la política francesa, un memorándum dirigido al general De Gaulle]. Dicho ensayo vuelve a estar de actualidad y por ello deberíamos volver a reflexionar sobre el mismo.

Con una predicción singular, Kojève sostenía sin reservas que Alemania se convertiría en breve en la principal potencia económica europea y que reduciría a Francia al rango de potencia secundaria en Europa Occidental. Kojève veía con lucidez el fin de los Estados-naciones que hasta entonces habían determinado la historia europea: al igual que el Estado moderno había desembocado en el declive de las formaciones políticas feudales y en el surgimiento de los Estados nacionales, los Estados-naciones debían ceder el paso inexorablemente a formaciones políticas que traspasasen las fronteras nacionales y que él mismo designaba con el término de "imperios".

Necesidad de recuperar los vínculos culturales

La base de estos imperios, según Kojève, ya no podía encontrarse en una unidad abstracta, indiferente a los vínculos reales culturales, de idioma, de modo de vida y de religión: los imperios, los que él observaba, ya fuera el Imperio anglosajón (Estados Unidos e Inglaterra) o el Imperio soviético, debían ser "unidades políticas transnacionales, pero fundadas por naciones semejantes".

Por este motivo, Kojève proponía a Francia que se situara a la cabeza de un "Imperio latino" que habría unido económicamente y políticamente a las tres grandes naciones latinas (es decir, Francia, España e Italia), de acuerdo con la Iglesia católica, cuya tradición habría adoptado, al mismo tiempo que se abría al Mediterráneo. Según Kojève, la Alemania protestante que se iba a convertir en breve en la nación más rica y más poderosa de Europa (que es lo que finalmente sucedió), se dejaría llevar por su vocación extraeuropea y se volvería hacia las formas del Imperio anglosajón. Pero, en esta hipótesis, Francia y las naciones latinas constituirían un cuerpo más o menos extraño, relegado necesariamente a una función periférica de satélite.

Actualmente, puesto que la Unión Europea se formó haciendo caso omiso a los parentescos culturales concretos que pueden existir entre ciertas naciones, puede que resulte útil y urgente reflexionar sobre la propuesta de Kojève. Lo que había previsto se ha hecho realidad. Una Europa que pretende existir sobre una base estrictamente económica, dejando a un lado cualquier parentesco real entre las formas de vida, la cultura y la religión, no ha dejado de demostrar toda su fragilidad, sobre todo en el ámbito económico.

Un griego no es un alemán

En este caso, la supuesta unidad ha acusado las diferencias y podemos constatar a qué se reduce: a imponer a la mayoría de los más pobres los intereses de la minoría de los más ricos, que en la mayoría de los casos coincide con los de una sola nación, en cuya historia reciente no hay nada que se considere ejemplar. No sólo no tiene ningún sentido pedir a un griego o a un italiano que viva como un alemán, sino que además, aunque fuera posible, produciría la desaparición de un patrimonio cultural que constituye ante todo una forma de vida. Y una unidad política que prefiere hacer caso omiso de las formas de vida no sólo está abocada al fracaso sino que, tal y como demuestra Europa con elocuencia, jamás logrará constituirse como tal.

Si no queremos que Europa acabe disolviéndose de manera inexorable, como nos hacen presagiar infinidad de signos, convendría plantearse sin demora cómo podría volver a articularse la Constitución europea (que, recordemos, no es una constitución desde el punto de vista del derecho público, ya que no ha sido sometida al voto popular y cuando así se ha hecho, como sucedió en Francia, ha sido rechazada con creces [por el 54,67% de los votantes]).

De esta forma, podríamos intentar conferir a una realidad política algo parecido a lo que Kojève había denominado el "Imperio latino".

presseurop

Fuente original: la Repubblica

Nota personal:

Curioso me parece que se hable de las diferencias culturales entre los países del sur y los del norte, la repercusión que produce en lo económico, que pueda hacer desaparecer el patrimonio cultural del país, las claras diferencias en las fuentes de su pib, siendo Alemania un país exportador por su gran producción y por el contrario España por ejemplo, un país que su punto fuerte se basa en el turismo, pero que no se mencione que al mismo tiempo, estamos recibiendo una inmigración masiva de culturas tan diferentes que están creando conflictos étnicos, políticos y sociales. Y sin embargo dice esto:

"Una Europa que pretende existir sobre una base estrictamente económica, dejando a un lado cualquier parentesco real entre las formas de vida, la cultura y la religión, no ha dejado de demostrar toda su fragilidad, sobre todo en el ámbito económico."

Es decir, hablar de las diferencias culturas en un continente donde los italianos tienen tanta devoción por el cristianismo como por ejemplo los polacos, siendo estos eslavos, me parece un poco absurdo ver tantas diferencias entre los europeos y no con las personas tan diferentes que vienen de Asia o África y no plantearlo como un verdadero problema.

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