Pero la perla de sus manifestaciones es ésta: No ve justo que un inmigrante tenga que renunciar por completo a su cultura para abrazar exclusivamente la del país de acogida (cosa que a nadie se le exige, por cierto). “No podemos hablar de inclusión social: la prueba es que no hay candidatos de origen extranjero. Perseguimos la normalización, una igualdad de oportunidades”. Por cierto que en las redes sociales se anunció que era la primera “española musulmana y con velo” que accedía a un Ayuntamiento, cuando en realidad es la primera marroquí, con nacionalidad también española, que entrará con velo y el Corán en un Ayuntamiento, como ha precisado en un amplio análisis que reproducimos el doctor en Derecho, Fernando Ramos:
Fátima propone que todos los musulmanes disfruten de las ventajas, servicios, prestaciones y acomodos de la sociedad occidental, pero manteniéndose aparte en todo aquello que no les convenga, y no precisa qué parte de su cultura debe mantenerse frente a los valores del mundo occidental. Y la diferencia es notable.
Ya en agosto de 2007, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama manifestaba que el fracaso de la integración de los musulmanes en Europa era una bomba de tiempo que (aparte del fenómeno terrorista) podría llegar a convertirse en una amenaza para la democracia. En el civilizado Reino Unido, los resultados de las encuestas de los musulmanes nacidos en su territorio que no muestran lealtad constitucional a su país sino a su comunidad religiosa son estremecedoras. Por no hablar de la deriva hacia otros fenómenos.
Tolerancia, ¿hasta dónde?
Hace mucho tiempo que el prestigioso politólogo, Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales, Giovanni Sartori lo viene advirtiendo a Occidente:
“La pregunta es: ¿hasta qué punto una tolerancia pluralista se debe doblegar no sólo a “extranjeros culturales”, sino también a abiertos y agresivos “enemigos culturales”? En resumen, ¿el pluralismo puede aceptar, llegar incluso a aceptar, el propio resquebrajamiento, la ruptura de la comunidad pluralista? Es una pregunta semejante a la que en la teoría de la democracia se formula así: ¿debe consentir una democracia la propia destrucción democrática? Es decir, ¿debe consentir que sus ciudadanos voten a favor de un dictador?
Es una fórmula de increíble superficialidad sostener que una diversidad cada vez mayor, y por tanto radical y radicalizadora, es por definición un enriquecimiento. Mi tesis es, por el contrario, que existe un punto a partir del cual el pluralismo no puede y no debe ir más allá; y que el criterio, en la difícil navegación que he ido describiendo, es esencialmente el de la reciprocidad. Pluralismo es, efectivamente, vivir juntos en la diferencia y con las diferencias; pero lo es -insisto- en contrapartida, respetándose. Entrar en una comunidad pluralista es, a la vez, un adquirir y un conceder. Los extranjeros que no están dispuestos a conceder nada a cambio de lo que obtienen, que se proponen permanecer “extraños” a la comunidad en la que entran hasta el punto de poner en entredicho, por lo menos en parte, esos mismos principios, son extranjeros que inevitablemente suscitan reacciones de rechazo, de miedo y de hostilidad. El refrán inglés dice que la comida gratis no existe. ¿Debe y puede existir una ciudadanía gratuita, concedida a cambio de nada? En mi opinión, no”.
Fátima y Fucuyama
Lo que dice Fátima Taleb recuerda la advertencia de Fucuyama: “Algunas comunidades musulmanas plantean exigencias de derechos grupales que simplemente no pueden adaptarse a los principios liberales de igualdad entre los individuos. Esas exigencias incluyen la exención especial de la legislación familiar válida para todos los miembros de la sociedad, el derecho de excluir a los no musulmanes de ciertos acontecimientos públicos o el derecho de oponerse a la libertad de expresión en nombre de la ofensa religiosa. En tales casos extremos, la comunidad musulmana ha expresado incluso la ambición de desafiar el carácter laico del orden político general”.
¿Por qué nos engañamos?: La obligación de extender el Islam por todo el mundo, sometiendo a los infieles, no es una pretensión de los fundamentalistas. Es una parte esencial de esta doctrina. Bernard Lewis, en un libro clásico sobre la materia, “El lenguaje político del Islam“, lo explica muy claro.
Samuel P. Huntington, de profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard y autor del famoso libro “El choque de civilizaciones”, advertía: “Este nuevo orden mundial tiene sus riesgos. Las civilizaciones emergentes se consideran superiores a la de Occidente, con valores morales más auténticos. Por vía del desafío demográfico (el 2025 más del 25% poblacional mundial será musulmana) o por vía del crecimiento económico (el 2025 Asia incluirá siete de las economías más fuertes del planeta) o por vía de la militancia creando inestabilidad, el poder y los controles de la civilización occidental se desplazarán hacia las civilizaciones no occidentales. Así, un choque de civilizaciones, de estas civilizaciones arraigadas a religiones, dominará la política a escala mundial: en las fronteras entre civilizaciones se producirán las batallas del futuro”.
Concluyamos con Sartori que Occidente no es el agresor político, se limita a defenderse mejor o peor, más bien peor, porque no sabe hacerlo. Y añade “Los inmigrantes musulmanes no se han integrado jamás en ningún lado. Ahí tiene usted el ejemplo de la India. No se integran porque si uno obedece la voluntad de Dios no puede obedecer la voluntad del pueblo ni respetar el principio de legitimidad de la democracia. Y el islam es un sistema teocrático cuyos miembros están obligados a cumplir la voluntad de Alá, tal y como la interpretan sus clérigos”.
Por tanto, lo que dice lna concejala marroquí de Badalona no hace sino confirmar lo que ya advirtieron Sartori y Fucuyama.
¡¡El horror!!
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